Barreras Históricas al Intercambio Regional
Las relaciones comerciales ni siquiera llegaban a incorporar ciertos productos donde alguna de esas naciones contaba con ventajas comparativas naturales en relación a las otras. Es cierto que Brasil exportaba café y bananas a la Argentina, pero no es menos curioso que importaba poco o nada de trigo desde allí. Este último país disponía de una oferta considerable y a bajo precio de esa materia prima, pero no la podía colocar en los mercados de su vecino debido a una compleja combinación de circunstancias.
La tradicional escasez de divisas en ambos países era una; la restricción externa llevaba a Brasil a pedir financiación para esas compras, y a la Argentina a negarla. En esas condiciones, dicho mercado era captado por la oferta proveniente de los Estados Unidos, por ejemplo, cuyos organismos de crédito estaban dispuestos a apoyar por esa vía a sus productores. Por otra parte, los costos de flete presentaban una desventaja relativa debido a los problemas estructurales de los puertos de ambas naciones y a la escasez de tráfico marítimo entre ambas; la menor distancia entre ambos países no se veía reflejada en menores costos de transporte respecto a las largas travesías con el hemisferio Norte. La suma de ineficiencias impedía aumentar las cargas y ganar las economías de escala necesarias para rebajar los costos.
Esos fenómenos provocaban que el intercambio de productos, que debía ocurrir casi naturalmente entre las naciones de la región, quedara limitado. Las causas de fondo deben buscarse, en definitiva, en la decisión de cada una de dar prioridad a las relaciones comerciales y financieras con las naciones más desarrolladas. Las intenciones de cada gobierno de forjar el desarrollo industrial en el seno de la respectiva nación (muy marcado en la Argentina y Brasil) generaban el mismo efecto contradictorio en lo referido a las posibilidades de integración fabril.
Factores Impulsores de la Integración
El Contexto de la Década de 1980
A mediados de la década del ochenta, varios aspectos decisivos contribuyeron al cambio de esas actitudes oficiales. Si bien resulta difícil todavía evaluar la importancia relativa de cada uno de ellos, su conjunto provocó una nueva visión de las posibilidades de un bloque unido.
El Impacto de la Crisis de la Deuda
Una causa del cambio de rumbo derivó de modo indirecto de la evolución de la deuda externa. La intensidad de la crisis de la década del ochenta, y su impacto económico social, señaló los problemas de depender del crédito de los centros y la necesidad objetiva de modificar esas relaciones. Pronto se supuso que la integración podría ayudar a renegociar esas deudas a partir de una relación de fuerzas distinta, creada por la unión de los acreedores. Es cierto que esa perspectiva fue una posibilidad latente, más que un instrumento real, hasta ahora, pero no por eso dejó de tener su presencia en las actitudes oficiales de la década pasada3. La crisis de la deuda actuó como un disparador del proceso de integración, aunque esa causa se perdiera en el vértigo de los cambios posteriores.
Límites del Modelo ISI y la Economía de Escala
Otra faceta del impacto de esa misma crisis fue que sacó a la luz las dificultades de forjar una economía industrial sólida en un ámbito nacional limitado. La Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) estaba llegando a sus límites y exigiendo una nueva estrategia política. A ello se sumaron las dificultades externas, y los cambios en la tecnología y la lógica productiva en los centros, para generar una polémica respecto al rumbo que se debería adoptar para avanzar en el proceso de desarrollo nacional.
Poco a poco, una serie de analistas comenzaron a plantear los temas de la economía de escala a nivel global: que ni siquiera la economía brasileña se aproxima a la dimensión mínima que requieren la producción y la demanda en numerosas actividades modernas. En cambio, el Mercosur crea una base más sólida para acercarse a una situación potencial de despegue productivo. Este bloque ofrece, desde su inicio, un “umbral” cuyas dimensiones no se podrían alcanzar del mismo modo en un proceso de desarrollo normal en el corto plazo; por eso, su formación acelera la posibilidad del éxito. La reacción positiva de numerosos agentes empresarios a esa perspectiva señala el acierto de la decisión de crear el bloque en un momento oportuno. En rigor, bastó que se firmaran los primeros acuerdos para que una cantidad de empresas comenzara a penetrar en el mercado del país vecino, ya sea exportando o a través de inversiones directas. Ese camino fue adoptado también por numerosas multinacionales, que entraron o se fortalecieron en la región, a partir de aquellas decisiones. Esas respuestas contribuyeron a crear una estructura más compleja, amplia y competitiva que la existente previamente en cada mercado.
El Condicionamiento Político: Democracia y Seguridad
Estas demandas económicas latentes no alcanzan para explicar ese proceso y quizás ni siquiera fueron las determinantes de la decisión final, aunque condicionaron los resultados desde las sombras. Las condiciones políticas, en cambio, sí lo fueron. En la década del ochenta, los cuatro países vivían la transición a una nueva democracia, luego de largos períodos de dictaduras militares. Esa historia trágica impulsó a sus respectivos líderes políticos (en especial, en la Argentina y Brasil) a buscar en esos acuerdos un “reaseguro” contra una potencial recaída en los recurrentes y ya clásicos golpes de estado.
Para lograr ese objetivo, los convenios de integración buscaron eliminar posibles núcleos de conflicto que habían alimentado la carrera armamentista en el pasado. La paz y la integración económica facilitaban la reducción del poder militar a ambos lados de la frontera. No es casual que uno de los primeros acuerdos firmados entre la Argentina y Brasil, a mediados de la década del ochenta, se refiriera a la cooperación en el tema nuclear. La decisión de generar confianza mutua y disminuir recelos heredados de una historia de diferencias era la base del reforzamiento del sistema de gobierno civil en el Cono Sur de la América Latina4.
En esa misma lógica, ya en 1991, el Tratado de Asunción definió textualmente que la democracia era una condición básica para pertenecer al Mercosur, y que debía ser defendida por todos sus miembros. Esa cláusula no era ociosa. Ella se aplicó por primera vez en una crisis política paraguaya de abril de 1996, cuando la amenaza de los socios mayores de excluir a ese país del Mercosur si no se respetaban las reglas de la democracia contribuyó a resolver en ese momento el conflicto que ya había cristalizado en una rebelión militar5.
La necesidad de reducir el rol de los militares eliminando los conflictos fronterizos potenciales, se convirtió al mismo tiempo en un poderoso estímulo para la integración económica regional. Los extensos oleoductos y gasoductos, así como las grandes redes de transmisión de energía eléctrica, que comienzan a trazarse en el Cono Sur, no podrían estar en marcha de haberse mantenido los antiguos resquemores de cada nación sobre la conducta potencial de sus vecinos. A su vez, ese proceso de desarme no hubiera podido llevarse a cabo si no predominaba la democracia como forma de gobierno, en la medida en que solo ella puede garantizar que no habrá cambios sorpresivos en la conducta de los gobiernos. El funcionamiento más o menos adecuado de los mercados necesita, como condición necesaria pero no suficiente, la seguridad jurídica propia de esos convenios. Esa estrecha interrelación de factores condiciona el camino seguido por las inquietudes políticas de los gobiernos de cada nación, que comenzaron preocupados con el tema de la democracia y continuaron en la exigencia de avanzar en el proceso de integración para que el esperado éxito económico derivado de la misma reforzara el compromiso conjunto con la democracia y la seguridad.
Los criterios mencionados tuvieron distinto contenido específico en cada etapa del proceso de integración, pero lo notable es que transmitieron una poderosa señal hacia todos los agentes económicos. Los empresarios locales, así como numerosas empresas multinacionales, se fueron convenciendo de que el mercado común estaba en construcción, y no tardaron en responder con decisiones que por su carácter aceleraron el proceso. Las inversiones en un país para abastecer desde allí a los otros, las compras de empresas de un país por firmas del otro lado de sus fronteras, los numerosos acuerdos de cooperación entre empresas, las tendencias a crear filiales comerciales en los otros países, etc., contribuyeron a forjar el ámbito que aseguraba la continuidad del proceso integrador. La actividad económica se alimentaba del proceso político y contribuía a forjar nuevos avances de este en un fenómeno espontáneo de retroalimentación.
El Avance del Proceso Comercial
El intercambio de la Argentina con sus socios del Mercosur era de apenas el 8% de sus exportaciones totales en 1986; diez años después había saltado al 25% y Brasil era su principal socio comercial, desplazando a un segundo plano a los clásicos clientes europeos que fueron sus mayores compradores durante más de un siglo. Para Brasil, el mercado regional pasó de representar apenas el 5% de sus exportaciones al 14% en ese mismo lapso. Paraguay y Uruguay, por el simple hecho de tener economías más pequeñas, ya llegaron a una situación en que la mitad de su comercio de exportación e importación está concentrado al interior del bloque. Ese incremento del comercio interbloque se logró en medio de un crecimiento acelerado del comercio internacional de cada país, que se duplicó aproximadamente entre 1990 y 19966. Es decir que el comercio al interior del Mercosur creció mucho más rápido que el intercambio con el resto del mundo, y explica una parte apreciable de ese incremento.
Efectos de la Apertura Unilateral
Ese avance del intercambio es más sorprendente, si cabe, frente a las medidas de apertura unilateral que adoptaron esos países en la década del noventa. Presionados por los acreedores internacionales y la ideología dominante en los centros (resumida en el famoso “Consenso de Washington”), todas las naciones de la América Latina adoptaron medidas de apertura unilateral de sus economías, mediante el atraso cambiario, la reducción acelerada de sus tarifas arancelarias y el desarme de sus prácticas proteccionistas no arancelarias, hasta permitir un verdadero aluvión de importaciones del resto del mundo. Como la apertura tuvo un fuerte sesgo importador, el Mercosur apareció como una de las escasas posibilidades que le quedaba a cada nación del bloque para exportar.
Entre 1990 (año de su apertura) y 1998, la Argentina pasó bruscamente de un saldo positivo de su balanza comercial (que en 1990 alcanzó un monto del orden de 8.000 millones de dólares) a otro negativo (superior a 5.000 millones). En dicho período, sus importaciones se multiplicaron por seis, debido a la mayor facilidad de ingreso de mercancías hasta entonces prohibidas, entre las que se contaban numerosos bienes de lujo y consumo ostentoso. Lo mismo ocurrió en Brasil; entre 1994 (fecha de su apertura) y 1998, sus importaciones saltaron al doble, mientras sus ventas al exterior subieron solo 40%, de modo que el saldo comercial pasó, en esos cuatro años, de una cifra positiva superior a 10.000 millones de dólares a otra negativa de la misma magnitud7. Variaciones de ese orden en la balanza comercial se explican por la apertura indiscriminada que se aplicó en cada uno de esos países (que motorizó sus importaciones) y que no pudo ser compensada por el incremento de las exportaciones en el interior de la región.
Crecimiento Sectorial y Ventajas Comparativas Dinámicas
El crecimiento del intercambio regional ocurre en el ámbito fabril, así como en las ramas primarias, donde se están recuperando aquellas ventajas comparativas naturales que antes no podían expresarse. Las exportaciones argentinas a Brasil, por ejemplo, mostraron un gran dinamismo en una cantidad de materias primas donde el país cuenta con excedentes apreciables. Un caso ya mencionado es el del trigo; otro es el petróleo, donde el aumento de la oferta argentina se volcó con preferencia al país vecino, que todavía es deficitario en la extracción de dicho combustible.
La producción láctea ofrece uno de los casos más representativos de las nuevas condiciones creadas en el ámbito regional, sobre todo porque se trata de una rama de escaso comercio mundial; es bien conocido que sus precios internacionales están dominados por la oferta esporádica de naciones que buscan desembarazarse de sus excedentes (entre las que se cuenta la Unión Europea, cuya estrategia de subsidios a la producción local la llevó a disponer en algún momento de las famosas “montañas de manteca”). El atractivo del mercado interno brasileño, que no puede satisfacer la demanda local de lácteos, comenzó a generar un potente impulso a la producción en la Argentina y en el Uruguay, que ahora pueden colocar sus remanentes allí. La producción láctea argentina, por ejemplo, estuvo estancada durante más de una década, siguiendo la marcha del mercado local, hasta que las oportunidades ofrecidas por la presencia de Brasil dieron la señal para un aumento de la oferta superior al 60% en la década del noventa, adicional que se destinó casi exclusivamente al mercado vecino8. El ajo, las aceitunas, las papas y otras frutas y verduras comenzaron a incrementar su oferta, parte de la cual podía emprender un recorrido ascendente hacia el mercado de aquel país, tonificando diversas regiones de la Argentina9.
Lo mismo ocurre con los flujos de comercio en sentido contrario. La Argentina reforzó sus compras de café y cacao en el país vecino, pero también comenzó a importar de modo estable el mineral de hierro para sus hornos siderúrgicos y otras materias primas que antes adquiría en el mercado mundial. Al destrabar el comercio, la integración contribuye a asegurar la oferta y la demanda cruzada de esos bienes; esas garantías de mercado a mediano plazo tienden a mejorar las economías de escala y la dimensión de las respectivas producciones, de modo que se reducen los costos unitarios, se mejoran las condiciones del transporte y se consolida el desarrollo local así como el de todo el bloque.
El Debate sobre el Desvío de Exportaciones
Una parte de estas operaciones se denomina “desvío de exportaciones” por ciertos economistas opuestos a los acuerdos preferenciales que, según ellos, modifican el sentido de la oferta y la demanda. La Argentina, dicen, vendía su trigo en otros lugares del mundo, de modo que solo ha “desviado” su oferta. Brasil, por su parte, podría abastecerse donde fuera más conveniente, tal como ocurría en el pasado. Esas críticas ignoran el efecto dinámico provocado por las operaciones de ese carácter que, a medida que aseguran la continuidad de las operaciones, permiten el florecimiento de ventajas comparativas que no hubieran surgido de otro modo. Algunos efectos resultan por lo menos sorprendentes. La Argentina logró incrementar su cosecha de trigo gracias a la seguridad relativa de colocar una parte en Brasil y comenzó a exportar harina, un derivado fabril que en el pasado no lograba salir al exterior. La instalación de una planta procesadora de papas en Balcarce (una región muy apta para ese cultivo en la provincia de Buenos Aires) para atender las necesidades de todos los locales de comida de McDonald’s en el Mercosur, señala hasta qué punto la existencia del mercado ampliado genera un proceso dinámico en torno a ventajas comparativas estáticas (la cosecha de papas) que se traducen en dinámicas (la elaboración de las mismas), a medida que atraen inversiones productivas. La complementariedad evidente de estas dos economías no pudo reflejarse antes en los mercados porque estos no son perfectos, como supone la ortodoxia, sino que dependen de medidas de política estatal que, si son adecuadas, pueden organizarlos en el sentido deseado.
La Expansión Fabril y el Sector Automotriz
La expansión del intercambio fabril resultó aún más dinámica que la observada en las ramas primarias y se registra en una gran variedad de actividades aunque se nota más, por ahora, en la metalmecánica (sobre todo, en el sector automotriz), la siderurgia, la química y la petroquímica. En todos esos sectores, y no solo en ellos, se observa una tendencia a la especialización de cada economía en bienes que incrementan el intercambio mientras los productores ganan economías de escala y dimensión.
El ejemplo paradigmático lo presenta la rama automotriz, la única que está guiada todavía por acuerdos especiales, no siempre alcanzados fácilmente. A raíz de estos acuerdos, todas las firmas que actúan en el Mercosur optaron por instalar plantas en los dos grandes mercados del bloque, con el objetivo de armar los autos con componentes fabricados en distintos países. Así cumplían con las expectativas de “contenido local” y satisfacían las demandas de equilibrio de las respectivas balanzas comerciales del sector que proponían los acuerdos firmados. Esa estrategia permitió ganar cierta eficiencia (pero compensada, en parte, por elevados costos de transporte), y generó una fuerte competencia entre las diversas empresas instaladas y otras que comenzaron a revisar sus previsiones negativas del pasado. El Mercosur demanda ya dos millones de unidades anuales, magnitud que atrae a las multinacionales del sector y está planteando uno de los procesos más dinámicos de la región. La estrategia de las empresas parece seguir, con dos décadas de retraso y acorde al tamaño del mercado, las pautas del acuerdo de integración y especialización automotriz firmado entre Estados Unidos y Canadá, que inició lo que hoy es el NAFTA10. La semejanza no puede llevarse muy lejos porque hay diferencias profundas entre uno y otro caso, aunque aquel antecedente sirve para imaginar el potencial disponible en una estrategia de este tipo11.
Las inversiones cruzadas entre empresas del bloque han contribuido a modificar la competencia en su seno, acelerando las tendencias de cambio. El ejemplo de los casos donde la integración ha avanzado más o menos rápidamente contribuye a activar las decisiones de empresas en otras ramas, generando un refuerzo semi-espontáneo del proceso. Si bien no es posible detallar casos especiales en este artículo, se observa que diversas empresas financieras y de servicios buscan operar en el ámbito de todo el mercado, al que ven con fuertes posibilidades de expansión para el futuro mediato12.
El dinamismo del Mercosur, que sorprendió por su rapidez a los observadores y a los propios gobiernos del bloque, es un factor esencial en el potencial ritmo de avance futuro de esas economías. Su presencia contribuye a consolidar una nueva forma de desarrollo, y un cierto grado de autonomía regional que puede ser relevante en el futuro. En ese sentido, parece seguir el camino trazado por la Unión Europea a partir del Tratado de Roma y ofrece una base nueva en América Latina. Pero su éxito no está asegurado.
Los Desafíos para el Mercosur
El Mercosur va a enfrentar numerosos desafíos en los próximos años que pondrán a prueba su estabilidad. La actual crisis del bloque, descerrajada por la crisis brasileña pero multiplicada por los problemas de la economía argentina, ofrece uno de ellos, pero puede ser que sus efectos resulten más efímeros que otros problemas con contenido estructural.
Peligros Externos e Internos
Algunos de esos peligros tienen orígenes externos, como la demanda de los centros de que la región abra su economía hasta un grado incompatible con la integración efectiva. Esta requiere un mínimo de protección para construir el mercado regional. La presión de poderosos intereses opuestos a todo lo que pueda reducir el influjo del mercado mundial irrestricto plantea uno de los datos que no debe perderse de vista13. Los sectores locales defensores de posiciones ortodoxas proponen una apertura extrema, asociados a los agentes financieros y de servicios globalizados, y más influidos por sus contactos con los centros que dentro del mercado regional.
Otros peligros tienen orígenes internos, como los provenientes de la reacción negativa de los agentes productivos en ramas y regiones afectadas por la evolución del Mercosur. Las protestas de las regiones azucareras argentinas, por ejemplo, temerosas del embate de sus mucho más pujantes vecinos brasileños, exhibe la necesidad de compatibilizar intereses locales y sectoriales que se ven afectados en la coyuntura, con vista a soluciones de largo plazo (al estilo de la política agraria común europea que demandó varias décadas de convergencia). En la coyuntura reciente, esas quejas del lado argentino incluyen a los productores de pollos, textiles, calzados, etc.14. No considerar esa maraña de intereses y propuestas sectoriales, que no son todavía bien conocidos (porque van surgiendo a medida que la experiencia práctica muestra aquello que no podía predecirse teóricamente), puede bloquear la marcha del proceso de integración.
El Rol del Movimiento Obrero y la Coordinación Macroeconómica
El rol del movimiento obrero es otra variable a dilucidar. Este siente, con razón, que el Mercosur es obra de otros grupos sociales y que puede afectar sus intereses en el corto plazo. La sola posibilidad de que este mercado sirva para obligar a competir a los trabajadores de la región con aquellos que están en el país de menores salarios, fue un elemento de alerta que los movilizó contra el mismo en una primera etapa. La reacción tuvo elementos motorizadores del proceso de integración. Hoy, el Mercosur ha contribuido, por su sola presencia, a crear las primeras redes de sindicatos a nivel regional; estas nuevas organizaciones ofrecen posibilidades de acciones en el ámbito político local y regional, que van a contribuir a orientar la evolución del bloque (aunque la conciencia del proceso tropieza con las dificultades propias de su misma novedad). Es lógico, por eso, que sindicatos, representantes de pequeños y medianos empresarios, y dirigentes de zonas con intereses específicos, estén debatiendo si enfrentan la estrategia de integración o buscan un lugar a su amparo.
Por otra parte, la marcha del proceso no ha evitado, todavía, que los intereses nacionales sigan siendo más potentes que los generados por la integración. Es decir que las políticas impositivas, financieras o de tipo de cambio de cada país siguen enfocadas en las realidades y problemas de sus mercados internos. El reconocimiento creciente del efecto potencial de esas medidas sobre los otros socios regionales puede no ser suficiente para asegurar que ciertas decisiones sean aceptadas por el conjunto. La dificultad para alcanzar ciertos equilibrios macroeconómicos plantea uno de los problemas más agudos para el futuro del mercado regional. Si las presiones internas provocan quiebres fuertes, como los que se aprecian de la actual devaluación de la moneda en Brasil, que afecta la competitividad relativa de sus socios, las posibilidades de quiebres se acentúan, pese a la decisión formal de todos los gobiernos de seguir adelante con el proceso. En ese sentido, una revisión del proceso de integración puede ofrecer nuevas perspectivas para analizar su futuro.
Las Paradojas de la Integración
Los primeros acuerdos de integración, firmados en 1986, querían establecer un “proceso gradual, flexible y progresivo” y con carácter intra-sectorial, es decir, que se fuera consolidando rama por rama. Esas previsiones tenían que ver con la prudencia natural del inicio del fenómeno, así como con las intenciones lógicas de regular su marcha desde el estado nacional. Y los efectos fueron sumamente positivos, en la medida en que se notó un rápido aumento del flujo comercial en varias ramas en las que se firmaron protocolos específicos. Los acuerdos se refirieron a actividades como la automotriz (única donde se mantuvieron luego los criterios de regulación sectorial) así como a las máquinas herramientas, la actividad nuclear, la industria aeronáutica y la petrolera, debido a que se pensaba que el núcleo dinámico de la integración debía estar en el sector industrial y, sobre todo, en sus ramas más modernas15.
Los avances en los intercambios en esas actividades fueron tan intensos como breves debido al brote hiperinflacionario y recesivo que sacudió a la economía argentina en 1989-90. En ese sentido, los tres primeros años de la integración fueron tan buenos como breves, y es todavía motivo de polémica hasta qué punto ellos eran representativos. En todo caso, con el cambio de gobierno en la Argentina, seguido muy pronto por otro cambio en Brasil, la perspectiva oficial sobre el Mercosur se modificó. Los dos nuevos gobiernos exhibieron una actitud mucho más ortodoxa en política económica, y menor interés relativo por el mercado regional.
A partir de 1989, la Argentina inició un enérgico proceso de apertura externa, desregulación interna y privatización de empresas estatales que se contradecía abiertamente con la estrategia de fortalecer el mercado común. El presidente C. Menem insistió una y otra vez públicamente en la idea de que quería sumar el país a la dinámica de las naciones desarrolladas y no a la suerte de sus vecinos. Un par de años después, su ministro de Relaciones Exteriores plantearía gráficamente el lema de las “relaciones carnales” con Estados Unidos como manera de expresar los objetivos de la política nacional. El presidente C. Collor de Melo formuló ideas semejantes, comentando ante el periodismo que prefería asociarse con Estados Unidos y no con naciones pobres16. Las ideas y presiones de la ortodoxia parecían definir el rumbo de ambos países.
Pero a mediados de 1990, el presidente de Estados Unidos, G. Bush, lanzó la Iniciativa para las Américas, que proponía crear una gran zona de libre comercio en todo el continente, comenzando por el acuerdo de integración con México. Todavía se discute si la iniciativa de Washington era real, o si era básicamente una excusa para justificar el NAFTA, pero lo cierto es que ella autorizaba un cambio de actitudes en el continente que se verificó muy rápido. Apenas un mes después, los presidentes de la Argentina y Brasil firmaron el Acta de Buenos Aires, que relanzó el proceso de integración sobre nuevas bases. En lugar de avanzar sobre acuerdos sectoriales, el nuevo programa trata de reducir aranceles al interior del bloque de manera uniforme y lo más rápido posible. En esencia, ambos gobiernos se dieron un plazo de apenas cuatro años, hasta el 31 de diciembre de 1994, para completar el mercado integrado. Lo urgente desplazaba a lo deseable, mientras el énfasis en la estrategia global tendía a reducir el rol del Estado en el proceso, acorde con la nueva visión de los gobernantes. Era más fácil reducir aranceles que coordinar políticas industriales, con el atractivo adicional, para la ortodoxia, de que aquella tarea se podía llevar a cabo incluso con un estado ineficiente y corrupto. El Acta de Asunción, en marzo de 1991, no hizo más que extender el acuerdo a los otros dos países y ratificar el convenio.
El Mercosur continuó su marcha basado en las materias primas, como ya se ha mencionado, y en impulsos específicos, como la actividad automotriz, donde se mantuvieron los privilegios sectoriales concedidos. En cambio, perdió fuerza en otros ámbitos deseables por su dinamismo tecnológico potencial y su aporte al proceso moderno de desarrollo. Un caso testigo fue la manera en que terminó el programa de integración acordado entre las dos fábricas de aviones del bloque: Embraer, de Brasil, y la Fábrica Militar de Aviones (FMA) de la Argentina. Las dos empresas estatales se habían comprometido a trabajar en conjunto, en la segunda mitad de la década del ochenta, en el proyecto de un nuevo modelo de avión mediano, aprovechando los conocimientos específicos ya acumulados por cada una. La dimensión geográfica de la región ofrecía, por sí sola, un aliciente apreciable para esa tarea que permitía imaginar un mercado considerable (más allá de las posibilidades de exportar).
Pero hacia 1990 el gobierno argentino había dado la espalda a sus empresas públicas y no estaba dispuesto a apoyar ese proyecto, aunque solo fuera por razones ideológicas y presupuestarias.
